Una vez de vuelta en Chile (luego de interminables horas en bus), hicimos lo que se suponía era el término de nuestro camino: visitar a tío Juan y dar las gracias en el cementerio a los abuelos por su acompañamiento.
Weimar ya resumió en la nota anterior lo que fue esa llegada a Arica, en otra tal vez contaremos las anécdotas relatadas por tío Juan o las propias que vivimos.
Sin embargo esta nota es solo mía, el mismo día que llegamos a Arica yo decidí partir a Tacna, pues tenía una deuda con mi historia. Tía Doris quedó preocupada por mi viaje en solitario, pero Weimar me despidió con todas las buenas vibras.
Tomé el auto sola…pasé la frontera sola…hice mis trámites sola, ¡yo que nunca había salido del país!
Llegue ya noche a Tacna, me fui a un ciber para dejar dicho que estaba bien. Me busqué un hostal, di unas vueltas por Bolognesi y me fui a dormir sabiendo que al otro día tenía muy pocas horas para obtener lo que quería: una foto del lugar donde nació mi abuelita Sara.
En la pasada anterior por Tacna la búsqueda de la dirección fue infructuosa, no dimos con la dirección debido al lógico cambio de nombres entre la administración chilena y la peruana.
El día de mi búsqueda parecía que la fortuna se había empeñado en no darme nada: paro de funcionarios públicos, sin embargo cierta de que mi pesquisa solo tenía buenas atenciones, enrumbé a la municipalidad, donde luego de subir y bajar di con las oficinas de planificación urbana, una cartógrafa (supongo que eso era) buscó en todos los archivos digitalizados el cambio de nombre de la calle Matucana, sin dar con ello, me envió al archivo municipal, de ahí me enviaron al archivo regional, y no encontré nada. Los funcionarios municipales que me atendieron al escuchar mi petición (y mi acento) ponían cara de no creer, pero de Weimar aprendí que pidiendo de forma sincera y con una sonrisa, se lograba mucho, así que contaba mis motivaciones y eso abría puertas. Paseé por diversas oficinas de la municipalidad, tuve acceso a documentos que los mismos peruanos tardan años en tener, empecé a sentir que tenía algo así como un hálito benéfico que me empujaba. A pesar de la buena disposición no lograba nada.
Me mandaron a la Casa Basadre: un centro cultural y museo, que estaba cerrado debido al paro, sin embargo igual entré acompañada de un profesor de artes que insistió ante el guardador que yo no podía irme de su ciudad con las manos vacías. No hubo ahí huella alguna de lo que buscaba. Me recomendaron ir a otro centro cultural que ya había visitado en mi primera estadía en Tacna, así que tomé rumbo hacia el Instituto Nacional de Estadísticas Informáticas, buscando cualquier dato que diera con el nuevo nombre de la calle donde nació Sarita.
A la hora que era ya tenía perdida la esperanza, y estaba decidida a volver con la dignidad de haber buscado todo lo posible, cuando el guardia del INEI me dijo:” señorita, vaya a la biblioteca municipal, ahí hay que guardar los documentos cuando las cosas cambian de nombre”, me dio las indicaciones de cómo llegar y fui.
Entré sin muchas esperanzas, le conté la bibliotecaria de mi búsqueda y ella: la Sra. Carmen Benito Mamani, me buscó en las estanterías, mal encaramada y muy empolvada, en el tercer piso, me dio antiguos archivos, pero nada que datara antes de 1950. Finalmente me dijo: “en este libro salen los cambios en la ciudad de Tacna, aunque no creo que le sirva porque es un investigador nuevo”, y puso en mis manos “Desarrollo urbano y arquitectónico” de Luis Cavagnaro Orellana, me puse a hojearlo con mas curiosidad que nada, cuando en la pagina 212 encontré un mapa, y ahí el nombre Matucana, el corazón se me aceleró a mil, y di pagina atrás y leí con los ojos llenitos:
…” la actual Blondel se reconoció como Gálvez y las callecitas de la antigua Ranchería comenzaron a denominarse Huáscar, Matucana y Zepita, y que corresponden a las actuales Fermín Nacarino, Julio McLean y Presbítero Andía”…
A esas alturas de la lectura ahogué un grito, tapé mi boca con la mano derecha en tanto con la izquierda levantaba el libro, Carmen, la bibliotecaria me miro por encima de sus lentes:” ¿encontró lo que buscaba?” apenas pude asentir con la cabeza pues el nudo en mi garganta no bajaba por más saliva que tragara, me miró, con los ojos tan inundados como los míos, “ ya…vaya a sacarle fotocopia” Salí tan de vuelo que deje mi mochila y olvidé que estaba en un servicio público, con el libro a la calle, con ganas de cantar, de bailar, de abrazar al primero que se me cruzara, saque las copias y volví. Carmen esperaba con mi mochila en su escritorio, me dio las indicaciones para llegar y me despidió con una mirada de infinita solidaridad.
Caminé, levité hacia el barrio del mercado “ 2 de Mayo” pero me perdí en alguna vuelta, fui a la comisaria más cercana, al lado del TEATRO MUNICIPAL DE TACNA, un carabinero de rango (no recuerdo cual)a quien le pedí indicaciones para llegar a la calle precisa y en palabras atropelladas le conté para que necesitaba ir ahí, inmediatamente le ordenó a un carabinero de menor rango que me acompañara, y sentí como si mi Tata: don Juan René Muñoz Sanders me guiara a ver donde había nacido su princesa.
Cuando estuve a pocas cuadras de mi destino, le pedí al edecán que me habían puesto que me dejara continuar sola, quería ese momento para mí.
Caminé contando las cuadras, cada paso, con el pecho henchido de aleteos, pero me fui oscureciendo, pues las cuadras no iban con la numeración que buscaba: 140, me trataba de consolar pensando que si no encontraba el número al menos estaba en la misma calle donde mi abuela y sus hermanos y hermanos tal vez jugaban. Llegué a la última cuadra con numeración 300 y no había más…me sentí decepcionada, vi a un caballero de algo más de sesenta años regando su antejardín y le pregunté por la numeración, una simple pregunta me abrió una tremenda represa de información : el señor Vacarse había habitado desde siempre ahí, su familia era dueña de esa cuadra desde antes de la ocupación chilena, me contó de los recuerdos de su madre, de los Muñoz que habitaban al frente, de los Rojas dueños de la cuadra opuesta, de la fábrica de uniformes militares chilenos que había en la esquina y que fue demolida para construir viviendas para la oficialidad peruana, me contó del cité donde su madre recordaba vivía una familia Cortéz(s), que la madre hacia trabajos para la fábrica de uniformes, le hablé del libro encontrado en la biblioteca que me daba estos datos tan desconocidos para él:”ah, sí pues; Luchito (Cavagnaro) me contó de ese libro, mire y que finalmente lo publicó, el fue amigo de mis hijos”…y una vez más el soplo de las causalidades . volando sobre mi cabeza.
Le di las infinitas gracias al señor Vacarse, que no creo que dimensione lo que su información daba a mi tarea, pues entre los datos me dijo :” esta calle nunca ha tenido primera cuadra, al menos no con este nombre, pero si la hubo alguna vez, de este lado siempre estuvieron los pares”.
Camine unos metros
Crucé hacia la vereda de enfrente que estaba en desnivel respecto de la calzada, y me senté, no pude evitar llorar, y reía, y lloraba, mis gafas oscuras quedaron empañadas , parecía una loca de atar, pero la loca más feliz de esa ciudad.
Sentí en ese instante que cerraba un círculo empezado no sé desde cuando, supe que podría traer a Amanda, mi hija, y decirle :”mira, en ese lugar nació la Abuelita Sara”
Sentí al fin mis pies con arraigo, me sentí parte de algo: mi gran familia nortina.
El viaje de vuelta fue con alas, tuve algunos percances que poco importaron, lo único que me urgía era llegar a tiempo al cementerio, pero no pude.
Arribé de vuelta a Arica cerca de las seis y media de la tarde, y medio perdida, pues si bien sabía cómo llegar , no tenía idea de la dirección de la casa de Tía Doris, donde suponía que estaría Weimar al no haber llegado yo al cementerio a la hora acordada.
Después de algunos desencuentros, pude llegar, darme una ducha y relatar a Weimar los detalles de mi viaje y lo que había encontrado, mientras me escuchaba todo lo que atropelladamente salía de mi boca, sonreía, y al final me abrazó.
Ha pasado un tiempo de eso, estoy con licencia médica en casa, pero como las cosas nunca son por azar, estos días me han servido para decantar el viaje, recordar y volver a emocionarme, anclar todo lo bueno que me traje para usarlo el resto de mi vida. Ahora sé de dónde vengo, aun no entiendo muy bien para donde voy, pero donde sea mi destino, sé que estoy pisando una huella nueva, con toda la fuerza de la antigua sangre que corre por mis venas: Josefina, María Antonia, Guadalupe, Sara, Herminia, Paula, y la nueva historia a partir de Amanda.
Mis infinitas gracias para mi compañero de viaje, que me contuvo, que se reía de mis gustos de pequeña burguesa, que me llamó compañera, que me llevó a buscar mis raíces y desde ahí me ayudó a recuperar mi propia vida, ¿mi tío, mi primo? da lo mismo, es mi sangre, mi familia, también lo extraño, pero eso es bueno, el aviador extrañaba al principito porque se habían domesticado, habían creado lazos. Como estos que ahora desean unir a este gran árbol (que casi parece selva) de los herederos Cortéz Heredia.
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Actual calle Julio McLean, primera cuadra. Hace casi un siglo esta calle se llamaba Matucana y ahi despues de la pared y el auto blanco estaba un cité que correspondía al número 140, donde vivió la mami Lupe y donde nació mi abuelita Sara
desde Santiago Paula |